lector apoltronado

Piensa en tus últimas cinco lecturas. ¿A qué géneros pertenecían? ¿Novela histórica, fantasía, ciencia ficción, literatura general, terror, negra...?

Así, a bote pronto, me arriesgo: todas ellas encajan en uno o dos géneros. ¿Me equivoco? Espera, no digas nada todavía.

Ahora piensa en tus diez últimas lecturas. ¿Siguen encajando en esos dos únicos géneros? Quizá no, quizá sean tres, pero el resultado no variará demasiado: si es tu caso, te has convertido en un lector poco atrevido. Te has acomodado. Te has refugiado en un confortable terreno en el que tus lecturas son tan predecibles como las lluvias en otoño.

Has hallado tu zona de confort literaria y nadie te saca de ahí. ¡Estás apoltronado!

 

No hablo solo de géneros. También me refiero a tipos de historias. Si eres un «lector poltrona», probablemente tiendes a leer siempre las mismas historias. Con variaciones, pero mínimas. Buscas entretenimiento, placer, no sorpresas.

No quieres que te perturben. No quieres que te molesten o que te pongan ante situaciones incómodas, que te obliguen a plantearte cuestiones que das por hechas o que simplemente te aburran. Y está muy bien, conste, que cada cual haga de su capa un sayo si le apetece, que aquí nadie es quién para decir al otro lo que ha de leer.

No quieres que te perturben. No quieres que te molesten o que te pongan ante situaciones incómodas, que te obliguen a plantearte cuestiones que das por hechas o que simplemente te aburran.

Es perfectamente lícito buscar una y otra vez en los libros las mismas historias que nos han hecho soñar alguna vez, que nos fascinaron y nos atraparon con una fuerza tal que no podíamos dejar de pensar en ellas cuando nos las cruzamos la primera vez.

El problema es que, a base de buscar repetir esa fascinación, a base de leer historias similares, las sensaciones se van diluyendo. Pierden fuerza. Se atrofian, hasta convertirse en un mal remedo de lo que un día fueron, olvidada la intensidad que nos hizo vibrar.

Es ley de vida: la primera vez siempre se recuerda porque en ella todo es nuevo, virgen, intenso. El uso, la repetición, hace que se pierdan la frescura y la fuerza. Da lo mismo que hablemos de la primera vez que tenemos relaciones sexuales, la primera vez que nos enfrentamos a una entrevista de trabajo o la primera vez que leemos un libro de aventuras. Recordamos el primero, el resto se confunde. Y, sin embargo, seguimos buscando una y otra vez recuperar esa sensación única...

Lo curioso es que es mucho más fácil de lo que parece: basta arriesgarse. Buscar libros diferentes, cuyos argumentos o géneros no nos atraigan demasiado en principio. Dejarnos llevar por recomendaciones de extraños (sí, de extraños, no de nuestros amigos lectores de siempre). Buscar en la ingente cantidad de lecturas que están a nuestra disposición. Hurgar en foros literarios. Lo más seguro es que nos equivoquemos muchas veces y que terminemos dejando este o aquel libro a medias, abandonado en medio de cualquier frase. Pero también es posible que encontremos otros que nos parezcan auténticas perlas, joyas que ni imaginábamos que existían y que nunca encontraríamos si siguiéramos por los caminos trillados de siempre. Porque la literatura, como la vida, está repleta de auténticos tesoros capaces de sacudirnos, de estremecernos, emocionarnos y volver nuestra cabeza del revés. Solo hace falta un espíritu aventurero para encontrarlos.

La literatura, como la vida, está repleta de auténticos tesoros capaces de sacudirnos, de estremecernos, emocionarnos y volver nuestra cabeza del revés.

Por cierto, lo mismo puede decirse de las historias que escribimos: también en ellas conviene escapar de las zonas de confort que nos convierten en «escritores poltrona»...

 

¡No te olvides de comentarme si eres o no un «lector poltrona»! Sí, justito ahí abajo, no tiene pérdida... 

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