- Categoría: Viajando en furgo
No han pasado diez días desde que regresé de mi viaje de ochenta días en furgoneta camper por la España olvidada cuando el gusanillo del movimiento empieza a hacer de las suyas en mi tripas. De repente las lluvias y el frío son solo un recuerdo difuso, hay que ver lo rápido que olvidamos el mal tiempo, y el sol reluce con unos hermosos veintimuchos grados.
Con este panorama, la idea de quedarme en casa atado a un ordenador se me antoja un desperdicio, así que lío el petate en unos minutos y antes de que pueda pensarlo dos veces estoy subido en la furgo, la Lagartija, y buscando destino.
Con este tiempo apetece playa, claro, y uno de los privilegios de vivir en la costa es que hay muchas donde elegir. O al menos en teoría, si eres textil y lo que buscas es una simple playa. Pero si eres nudista como yo las opciones se reducen considerablemente...
La primera elección es Barra, en la península de O Morrazo, un paraíso de aguas transparentes entre pinares, pero la conozco demasiado bien, llevo yendo a ella media vida, y está demasiado cerca, así que al final me decido por la playa de Bascuas, en la ría de Pontevedra, mucho más pequeña pero con una gran ventaja: está al lado de A Lanzada, y tengo ganas de visitar su ermita, parte de un antiguo castillo medieval, el lugar en el que resistieron los últimos irmandiños, allá por el siglo XV. Un lugar cargado de historia que siempre es un placer visitar.
- Categoría: Reseñas viajeras
Título: Confines. Navegando aguas árticas y antárticas
Autora: Javier Reverte
Editorial: Plaza & Janés
Páginas: 304
Publicación: 3 de mayo de 2018
Sinopsis
¿Adónde ir cuándo se ha pateado tanto mundo como Javier Reverte? Como él mismo dice, el planeta se hace mucho más grande conforme vas conociéndolo mejor y siempre hay nuevos paisajes que se abren al sueño y a la vocación de conocer. Por eso ha escogido como destino en esta ocasión los extremos boreal y austral del globo: dos navegaciones por los mares árticos y antárticos, realizadas con pocos meses de diferencia, que constituyen la entraña de este nuevo libro viajero.
Una primavera polar transcurre a bordo de un barco de investigación noruego, se adentra en las islas árticas de Svalbard y continúa hacia el norte, en latitudes ya muy próximas al Polo Norte. En su relato, no solo nos habla de las peripecias de la navegación, sino de las exploraciones en busca del extremo septentrional del planeta, de los efectos del cambio climático, del calentamiento global y de las amenazas que penden, por causa de todo ello, sobre la humanidad.
- Categoría: Viajando en furgo
Un viaje en furgoneta camperizada por la España olvidada. Si has llegado aquí por casualidad y quieres empezar por el principio, tienes las entradas organizadas en el Diario de Viaje.
Tras unos días de sol y calor, la lluvia se impone durante el fin de semana, densa y espesa como una capa de aceite sobre la piel. Me refugio en La Alberca, la última población del sur de Salamanca, al borde ya del Parque Natural de Las Batuecas y de Las Hurdes. De hecho, La Alberca fue la entrada natural a Las Hurdes y parte de ellas hasta la creación de las provincias por Javier de Burgos, allá por 1833.
Entre chaparrón y chaparrón paseo por las calles de la localidad. Es fin de semana y está repleta de visitantes que inundan sus tiendas y sus terrazas. Todo el pueblo vive del turismo, como tantos otros que he visitado en este viaje. Se trata de una población hermosa, de arquitectura homogénea y bien conservada.
El contraste con las cercanas Hurdes no puede ser mayor: donde allá hay feísmo, caos y desaliño, aquí hay orden, equilibrio, respeto por la tradición constructiva. Sorprende que núcleos tan cercanos sean tan diferentes, aunque la razón es fácilmente deducible: pocas veces tenemos un ejemplo tan evidente de la influencia de las administraciones públicas en nuestra vida cotidiana. Una política racional y bien aplicada es capaz de transformar una población y, por tanto, la vida de sus habitantes. Y al revés.
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El lunes, tras el magnífico fin de semana de fiesta medieval, me cuesta dejar atrás Oropesa.
—¿Una cervecita de despedida? —me tienta Mayra.
La cervecita se convierte en una comida en casa de Sandra Herrero. Al sol y rodeado de personas que me han abierto sus casas con una generosidad que me desborda. Estoy tan a gusto que no consigo poner en marcha La Lagartija hasta bien entrada la tarde.
Me acerco hasta Navalmoral de la Mata para buscar una lavandería automática, la salvación de los viajeros. Cuando termino de hacer la colada, el día ya se ha ido y tengo el cuerpo baldado, pero me domina una sensación de bienestar satisfecho.
El martes a primera hora me dirijo hacia las cercanas montañas de la sierra de Gredos. Llevo todo el fin de semana disfrutando con la boca abierta del panorama de las cumbres nevadas refulgiendo al sol y jugando entre nubes perezosas, y a estas alturas las montañas son un imán que tira de mí con fuerza irresistible.
En sus laderas meridionales se encuentra la comarca de la Vera, famosa por la belleza de sus pueblos, sus gargantas excavadas en la roca y su clima templado. Todo eso me atrae, pero hay otro motivo de peso para acercarme hasta allí: el monasterio jerónimo de Yuste, en el que el emperador Carlos V pasó su último año y medio de vida.
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—¡Eh, Pierre, otra vez por aquí!
A sus setenta años, Pierre tiene un cuerpo fibroso y la piel requemada de quien ha visto demasiados soles. Una cabellera blanca y enmarañada se mezcla con una barba que no ha visto unas tijeras hace años. Tiene la mirada viva y cada vez que sonríe muestra sin rubor la ausencia de varios dientes. Hace tiempo que no le importa mucho lo que piensen de él.
—¡Aquí estamos! —abre los brazos, como para abarcar la ciudad entera, y suelta una risa breve. Nos hallamos en el área de autocaravanas de Aranda de Duero, en la provincia de Burgos—. Me alegro de verte, amigo.
Pierre es un personaje muy curioso, uno de esos espíritus que van por libre. Me lo he encontrado varias veces a lo largo de este viaje y poco a poco hemos ido contándonos vida y aventuras. Entre los dos van creándose esos lazos de camaradería que suelen ir surgiendo entre viajeros que comparten experiencias. Aunque es francés, vivió buena parte de su vida en Madagascar trabajando en muy distintas cosas, desde pescador hasta hostelero. Allí ha dejado familia, aunque hace tiempo que no la ve. Ahora, jubilado ya, viaja por el mundo en una furgoneta destartalada y repleta, literamente, de piedras.
Le encantan las piedras, que va recogiendo en sus largas caminatas solitarias por los montes: simples piedras, sin nada especial, que inundan el espacio entre el cristal delantero y la guantera, que se desparraman por el asiento del conductor y rebosan por doquier. Cada vez que pone en marcha su vieja cafetera, el interior se convierte en un campo de pruebas de aludes y terremotos. Pero a Pierre le encantan las piedras.
—¿Dónde se ha metido la primavera? —se queja con una mueca. Y es que llueve, hace frío y sopla un viento invernal que sacude las furgos.
—¿Quién te manda venirte de Madagascar? —me encojo de hombros—. Anda, vamos a tomar una cervecita.
—Vale, pero esta toca en mi casa...