La república del Couto mixto, Ourense, viajar en furgoneta camper

Otoño. La mejor estación para viajar en furgoneta camper y patear los montes con la mochila a la espalda. El verano es estupendo para dormir la siesta debajo de un pino arrullado por el sonido de las olas, pero en cuanto bajan un poco las temperaturas me entran unas ganas tremendas de subirme a la Lagartija y echarme a la carretera para explorar los rincones perdidos de nuestra geografía.

Como el Couto Mixto, en el sur de Ourense, en la misma frontera con Portugal. Uno de los territorios más hermosos e interesantes de Galicia, una tierra de bosques de rebollos, corzos, montañas y pequeñas aldeas desperdigadas que guardan una historia muy peculiar.

Y es que en esta zona perdida del interior de Galicia, tres aldeas resistieron largos siglos al invasor...

La historia es de lo más curioso. Meaus, Santiago y Rubiás son tres pequeñas poblaciones situadas a unos veinticinco kilómetros de Xinzo de Limia, en Ourense, y a cinco o seis de la frontera portuguesa, que aquí se conoce como la «raia seca», la raya seca. Apenas suman doscientos habitantes. Sin embargo, estas tres pequeñas aldeas fueron durante siglos un estado independiente: la república del Couto Mixto.

 

Los pueblos libres

A primera hora de la mañana, tras dejar atrás Xinzo de Limia y Baltar, llego a un cruce en una carretera comarcal desierta. En derredor todo es verde: campos cultivados, bosques y la sensación de haber penetrado en un territorio antiguo, olvidado en un rincón del tiempo.

La carretera de la derecha lleva a Meaus, la izquierda a Santiago y si sigo recto llegaré a Rubiás. Santiago está a unos cientos de metros y las otras dos a pocos kilómetros, así que comienzo mi visita por esta, que además fue durante siglos la capital de una asombrosa república.  

Todo comenzó allá por el siglo XII. Eran tiempos revueltos. Portugal, por entonces un condado, luchaba por su independencia. En 1128, muy cerca de Guimarães se produjo una batalla decisiva que enfrentó al infante Afonso Henriques con las tropas de su madre, la condesa dona Tareixa, y del conde gallego Fernando Pérez de Traba: la batalla de San Mamede. Pregúntale a cualquier escolar portugués por ella y te la contará al dedillo. Y no es extraño, pues fue la batalla fundacional del país vecino, algo así como la batalla de Covadonga para los españoles.

En efecto: Tareixa y Pérez de Traba fueron derrotados y Afonso se convirtió en el titular del condado. Por poco tiempo, pues al año siguiente se proclamó príncipe y diez años después, en 1139, decidió que ya bastaba de sujeciones y dependencias y se convirtió en el primer rey de Portugal. En 1143, apenas cuatro años después, Alfonso VII, rey de Galicia y León, reconoció su independencia.

El rebufo de estas guerras afectó directamente a nuestras tres pequeñas aldeas: Meaus, Santiago y Rubiás quedaron en una situación ambigua, sin saber a ciencia cierta si pertenecían a uno u otro reino. La cuestión era peliaguda, pues complicaba considerablemente el día a día de la gente: ¿a quién debían pagar impuestos? ¿A quién pedir justicia en caso de conflicto, o si se producía un robo o un asesinato? ¿Quién tenía los derechos sobre las tierras, los bosques o la caza?

La cuestión era peliaguda, pues complicaba considerablemente el día a día de la gente: ¿a quién debían pagar impuestos? ¿A quién pedir justicia en caso de conflicto, o si se producía un robo o un asesinato? ¿Quién tenía los derechos sobre las tierras, los bosques o la caza?

Al sur mandaba la casa de Bragança, a la que pertenecían las tierras, al norte los condes de Monterrei; al sur la corona portuguesa, al norte el reino de Galicia y León. Todos grandes señores, todos muy quisquillosos con sus derechos y prebendas. ¡Mala cosa es contrariar a tan poderosas autoridades! Los vecinos estaban en un brete: si pedían auxilio a este, el otro se ofendía; si buscaban justicia en el otro, el uno se encolerizaba. Pero había que tomar decisiones, resolver conflictos, seguir adelante. ¿Qué hacer?

Paseo por la aldea de Santiago. Por el cielo corren unas cuantas nubes que ocultan de tanto en tanto el sol otoñal. Las calles están desiertas. Ni siquiera me llega el sonido más habitual en Galicia, el ladrido lejano de algún perro. Casas recién restauradas conviven con otras, demasiadas, en ruinas. Un pueblo atacado por la lepra del abandono, que solo resiste gracias al escaso maná de un turismo atraído por su peculiar historia.

La respuesta de las gentes a la duda, a quién seguir, a quién rendir pleitesía, fue la creación del Couto Mixto: la independencia. Eran territorio en disputa, pero tan pequeño que apenas tenían importancia para nadie que no fueran ellos mismos. Así que, ¿por qué no tirar por la vía del medio? Con un poco de suerte, nadie se daría cuenta, tan poca cosa eran...

Y eso fue lo que hicieron: crearon su propio gobierno. Santiago se convirtió en la capital del Couto Mixto. En el atrio de su iglesia, cada tres años se reunían los vecinos de las tres aldeas y democráticamente elegían un juez, la máxima autoridad, con poderes ejecutivos, legislativos y judiciales. Con el juez se elegía también a tres homes do acordo, que dirigían cada una de las aldeas, velaban por sus intereses ante el resto y tenían en su poder una de las tres llaves del arca que guardaba los documentos más importantes del Couto Mixto, de forma que solo con la aquiescencia de las tres aldeas se podía abrir esta. Además, los vecinos elegían también al vigario do mes, que se encargaba de ejecutar las órdenes del juez y de los homes de acordo.

El resultado fue un sistema republicano independiente. El Couto Mixto apenas abarcaba veintiseis kilómetros cuadrados  y su población estimada, en el momento de máximo apogeo, no pasaba de mil habitantes... pero consiguió su independencia y la mantuvo durante setecientos años, hasta que el Tratado de Lisboa de 1864 acabó con la anomalía.

El Couto Mixto apenas abarcaba veintiseis kilómetros cuadrados  y su población estimada, en el momento de máximo apogeo, no pasaba de mil habitantes... pero consiguió su independencia y la mantuvo durante setecientos años, hasta que el Tratado de Lisboa de 1864 acabó con la anomalía.

En el atrio de la iglesia de Santiago, en el lugar en el que se reunían los vecinos del Couto para elegir a sus autoridades, me encuentro con la estatua en bronce del penúltimo juez, Delfín Modesto Brandón, elegido en 1863 para poner freno a las violaciones de la soberanía del Couto por parte de las autoridades portuguesas y españolas. Fracasó en su empeño y su dignidad le llevó a dimitir de su cargo. El juez que le sustituyó solo pudo ratificar la división del territorio del Couto Mixto entre España y Portugal y la desaparición de la República, el 5 de noviembre de 1868, cuando el Tratado de Lisboa entró en vigor.

 

Couto Mixto
Cruce del Couto Mixto
Atrio de la Iglesia de Santiago
Arca de tres llaves del Couto Mixto
Charlando con el juez del Couto
Casa en ruinas en Santiago
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Pero eso fue en 1868. Hasta entonces, durante siglos, los mixtos, como se llamaban a sí mismos los habitantes del Couto, fueron capaces de ir jugando con unos y otros, mareando la perdiz de dos reinos para mantener un delicado equilibrio. Pagaban impuestos a España y a Portugal, pero esa era casi la única relación formal con ambos países. Con el tiempo, fueron consolidando su independencia y acumulando privilegios. Según les interesara, podían declararse españoles o portugueses, e incluso mantener la doble nacionalidad, aunque el territorio no pertenecía formalmente ni a uno ni a otro Estado; también tenían derecho de asilo: podían acoger y proteger con inmunidad (salvo en caso de homicidio) a fugados de la justicia españoles o portugueses; no tenían que realizar el servicio militar en ninguno de los dos países; no podían ser detenidos dentro del Couto Mixto o a menos de cinco kilómetros de él...

Uno de los privilegios más llamativos, y más lucrativos también, fue el camiño privilexiado, un trayecto de unos siete kilómetros que une el pueblo de Rubiás con Tourem, en Portugal: quienes transitaran por ese camino gozaban de completa inmunidad. Podían transportar mercancías de un lado a otro de la frontera sin pagar impuestos, lo que permitió un floreciente contrabando de productos como la sal, el tabaco o el ganado.

Por cierto que los mixtos también eran amigos de las leyendas, como buenos gallegos... y portugueses. Según una de ellas, la independencia del Couto tenía un origen bien diferente: fue resultado del agradecimiento de una princesa, desterrada por su padre el rey, que quedó atrapada por la nieve cuando huía de sus perseguidores, en plena sierra da Pena y a punto de dar a luz. Situación desesperada que se solventó gracias a la intervención de los vecinos del Couto, que la acogieron en sus casas y la protegieron. En agradecimiento, cuando la princesa se convirtió en reina les otorgó la independencia. Algo que, ahora que lo pienso, demuestra que la princesa no era tonta: sabía bien que depender de un reino era una carga. Si no, ¿por qué iba a otorgarles la independencia como premio?

Tras Santiago, visito Meaus y Rubiás. El mismo silencio y el mismo abandono, solo roto en Rubiás por tres ancianos que pasan la mañana sentados en la marquesina del autobús. Por aquello de ser previsores, imagino, pues la marquesina tiene techo y la lluvia juega al despiste. Cuando bajo de la Lagartija, los tres se me quedan mirando fijamente, rota su monotonía, tratando de averiguar qué diablos hago por allí.

Decido resolverles las dudas y les pregunto por el camino a Tourem, el pueblo portugués más cercano, a solo unos kilómetros de distancia, y punto final durante siglos del camiño privilexiado y su contrabando. Sé muy bien por dónde se va, o al menos lo sabe mi GPS, pero la pregunta les sirve para clasificarme como turista y les da una excusa para pasar el rato. No les cuesta pegar la hebra y pronto estamos hablando de la vida en la aldea, de los inviernos de antes, mucho más fríos que ahora, y de cómo durante la posguerra el contrabando volvió a florecer en la zona, aunque ya sin la impunidad de los tiempos del Couto.

—Eran tiempos duros, rapaz...

Doy una vuelta por el pueblo. Me acerco hasta el inicio del camiño privilexiado y hasta la iglesia de la aldea, una construcción barroca sin pretensiones. La rodea un cinturón de tumbas, algunas centenarias, otras recientes. Aquí, como en las otras iglesias del Couto, se mantiene una costumbre propia de Galicia que hoy está ya casi desaparecida: construir los cementerios alrededor de las iglesias. 

Aquí, como en las otras iglesias del Couto, se mantiene una costumbre propia de Galicia que hoy está ya casi desaparecida: construir los cementerios alrededor de las iglesias.

Paseo entre las tumbas, curioso, fijándome en nombres hoy ya olvidados y en apellidos que se repiten con insistencia, como suele pasar en las zonas aisladas. Pero es otro el elemento que me llama la atención: también aquí, en plena naturaleza, rodeados de verde, las flores son de plástico. El detalle me llama muchísimo la atención porque, de alguna forma, adultera el significado del gesto, adornar una tumba con flores.

En realidad, esta es una costumbre ancestral. La primera evidencia de una ofrenda floral en una tumba se ha encontrado, por ahora, en el actual territorio de Israel, en un antiguo cementerio, y data de hace 13.000 años, en pleno Neolítico. Los egipcios, milenios después, también solían decorar las tumbas de sus muertos con flores, y desde entonces la mayor parte de las sociedades, ya sea en el Próximo Oriente, en  la América precolombina o en la India, las han utilizado. Y con razón, porque las flores sirven para algo muy necesario cuando velas un cadáver: enmascaran el olor.

No solo eso: las flores simbolizan la naturaleza y el renacer de la vida en cada estación. Y también la brevedad de la existencia humana. Por eso las flores que se ofrendan a los muertos se cortan y no se plantan. Porque también ellas, como la vida, se marchita rápidamente. Aunque renacen cada año... como muchos desearían que sucediera con nosotros, los humanos, aunque fuera en otra vida.

O, al menos, se marchitaban hasta que estos engendros de plástico han venido a sustituirlas. Guardan su apariencia, pero no ya su olor, su encanto o su brevedad. Aquí, en Meaus y en Rubiás, en estos cementerios desde los que se contempla un hermoso espectáculo de vida natural, las flores de plástico de las tumbas me resultan incoherentes.

 

Al fondo, Meaus
Couto Mixto
Meaus, Couto Mixto
Monolito en Meaus
Iglesia de Rubiás
Iglesia de Rubiás
Placa en Rubiás
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Tierra de bosques y leyendas

Por la tarde, tras visitar Tourem, en Portugal, una localidad tan parecida a cualquier otra gallega que resulta indistinguible, me acerco hasta otra de las joyas de esta zona, fuera ya del Couto Mixto pero muy próxima: la reboleira da Rousía, un bosque de rebollos que se oculta en una de las laderas de la sierra de Larouco, pegado ya a la frontera con Portugal.

Aparco la Lagartija en donde puedo y me interno por una pista de tierra en el bosque. Antes de que me dé cuenta estoy en lo más profundo de la espesura. El cielo se ha cubierto y la luz mengua, tamizada por el dosel de las hojas. Hay un silencio de brisas, un rumor de pequeños animales. Los troncos de los robles apenas se distinguen, ocultos tras una densa capa de líquenes y musgo. Las hojas crujen al andar.

Hasta que me topo con lo que estaba buscando. Primero un muro de piedra aislado, un antiguo cercamiento de una finca. Después otro, y un poco más allá, enterradas en el corazón de la espesura, las huellas de la antigua aldea de A Rousía, hoy desaparecida. Las moscas me rodean, molestas al ver perturbada su soledad. Ellas son ahora, con los corzos, las ardillas y las musarañas, las únicas dueñas de este lugar. Ya nada más queda de sus antiguos pobladores, desvanecidos en la niebla del tiempo. Me pregunto cómo serían sus vidas aquí, en este lugar hoy oculto bajo la espesa vegetación, en estas alturas frías, de nieve invernal y vientos gélidos, de veranos suaves y de vida por doquier. 

Por la tarde, tras comer en Baltar, me acerco hasta la aldea de Guntín, a poca distancia de Baltar. Allí me esperan Susana y Miguel, unos amigos de Vigo que han venido a pasar el fin de semana. Él es de aquí y todavía conserva la casa familiar y el recuerdo de los veranos de su infancia. Damos una vuelta por el pueblo, que, sorprendentemente, dista mucho de estar vacío. Hay casas en ruinas, cómo no, pero muchas otras están restauradas, aunque la mayoría no se ocupan de forma permanente: se han convertido en las residencias de fin de semana y de verano de los hijos de los antiguos pobladores de la aldea, que hoy viven y trabajan en Ourense o en Vigo. 

Tras el paseo, ya en casa de la madre de Miguel y mientras cenamos una estupenda tortilla y un poco de jamón, esta me cuenta una curiosa historia.

—Dicen que vivía muy cerca de aquí, detrás de esa montaña —me señala una cumbre próxima—. Pero bueno, eso nos contaban de pequeñas, vete tú a saber...

A la madre pronto se le une la tía, y entre las dos desgranan la historia de la cruel reina Loba. Al parecer, en tiempos ya olvidados, muy cerca de Guntín se alzaba una fortaleza sobre un penedo, una zona rocosa, en la cumbre de una montaña. En ella vivía la reina Loba, déspota e inmisericorde, que exigía de los lugareños el pago de un pesado tributo: un cerdo y una vaca semanales. El castigo en caso de que no se pagase es fácil de imaginar: los esbirros de la reina prendían fuego a la casa de un campesino, uno de cada vez, y quemaban sus cosechas.

Hasta que la gente se hartó. Tras muchos conciliábulos, los vecinos de los pueblos de Cuquexos y Pixeirós se armaron como pudieron con lanzas, jabalinas, cuchillos y piedras y una noche se dirigieron al castillo. En silencio, con mil precauciones, escalaron las murallas y cogieron por sorpresa a los moradores del castillo, que confiaban tanto en su superioridad que ni siquiera habían puesto guardia. La reina Loba, aterrorizada, sabiendo bien lo que le esperaba si la cogían viva, huyó hacia la torre más alta y se lanzó al vacío.

—Hay una copla popular, ¿cómo era? —trata de recordar la tía de Miguel—. ¡Ah, sí!

 

Matastes á reina Loba

cuqueixos e pixeirós;

matastes á reina Loba,

fidalgos quedastes vos.

 

«Hidalgos quedasteis vosotros». Le doy vueltas a la frase: muerta la opresora, el pueblo alcanza el poder, que en Galicia, durante siglos, fue ejercido por los hidalgos. Así pues, muy cerca del Couto Mixto, una copla popular retuerce la historia y vuelve a lo mismo: al pueblo que se empodera y decide gobernarse a sí mismo. ¡Gente recia, sin duda!

Por cierto que esta reina Loba es un personaje recurrente en Galicia, aparece en varias leyendas muy diferentes entre sí. La reina Lupa (o Loba, que tanto da) fue también la poderosa señora que se negó a que los restos del apóstol Santiago se enterraran en Compostela. ¿De dónde surge esta figura? ¿Será el último rastro del tradicional matriarcado gallego, la figura de la poderosa madre demonizada por las religiones patriarcales posteriores, como el catolicismo?

Por cierto que esta reina Loba es un personaje recurrente en Galicia, aparece en varias leyendas muy diferentes entre sí. ¿De dónde surge esta figura? ¿Será el último rastro del tradicional matriarcado gallego, la figura de la poderosa madre demonizada por las religiones patriarcales posteriores, como el catolicismo?

Por la mañana, tras dormir en la playa fluvial de Baltar rodeado de prados, árboles y arroyos, me dirijo a Cotos, el pueblo en cuyos alrededores se erigió, según la leyenda, el castillo de la reina Loba. Diviso el peñasco y lo rodeo, una mole pétrea en medio de un bosque profundamente hermoso, una masa vegetal que aparece arrancada de las leyendas, repleta de musgos y líquenes que cuelgan como espectros de las ramas de los árboles. Mi intención era visitarlo, pero las temperaturas han descendido diez grados de un día para otro y llueve intensamente, así que decido posponer la visita. Son los caprichos del otoño.

Sin embargo, una rápida búsqueda por internet me da un dato interesante, una muestra más de la intrincada trama que trenza la leyenda con la historia: sí, hubo un castillo en este penedo de la sierra de Gomariz, una fortaleza roquera fronteriza construida a 1.150 metros de altitud. Al parecer todavía se pueden apreciar los rebajes en la roca donde se asentaban los muros y un aljibe.

Me quedo con ganas. De visitar el penedo y descubrir las huellas del castillo, de patear estos bosques asombrosamente vírgenes. Y más cuando, desde lo alto de una roca a la que me he subido para sacar unas fotografías, veo pasar a treinta metros de mí a tres corzos jóvenes. Me quedo inmóvil, fascinado por la magia del momento. Parecen despreocupados y juguetones y se quedan un buen rato en un claro, hasta que el sonido de un disparo lejano hace que se vuelvan con precipitación y se metan de nuevo en la espesura.

Es domingo de otoño: temporada de caza. Mala época para andar por el bosque en Galicia. Aunque no puedo dejar de preguntarme cómo puede haber alguien que disfrute matando a animales tan hermosos como estos. Matando, a secas.

Me quedo con ganas, sí. Hoy el tiempo no acompaña, pero volveré al Couto Mixto. Para patear sus bosques y descubrir las muchas historias que, seguro, todavía se me escapan. Y para conocer de primera mano un festival que tiene muy buena pinta: el Festival Reina Loba que la asociación cultural Espacio Matrioska organiza cada año en verano en el pueblo de Os Blancos, a un tiro de piedra de aquí. Motivos sobrados para acercarse hasta este pequeño paraíso.

 

Reboleira da Rousía
Reboleira da Rousía
Reboleira da Rousía
Reboleira da Rousía
Aldea abandonada en A Rousía
Aldea abandonada en A Rousía
Reboleira da Rousía
Penedo da Reina Loba
Penedo da Reina Loba
Penedo da Reina Loba
Penedo da Reina Loba
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Información para autocaravanistas y furgoneteros

En la zona del Couto Mixto no hay ninguna área de autocaravanas, aunque sí hay una muy cerca: en Xinzo de Limia existe un área de estacionamiento y pernocta con los servicios básicos de carga y descarga de aguas (grises y negras), restaurantes y supermercados. Sin embargo, si prefieres dormir rodeado de verde te recomiendo el lugar en el que yo pernocté, la playa fluvial de Baltar. No sé cómo estará en verano (imagino que no muy saturada, pues el río es apenas un hilillo de agua), pero en otoño es perfecta para disfrutar del campo y la naturaleza. 

En Baltar tienes varios restaurantes para dormir y, si te gustan los deportes de aventura, en la zona se organizan saltos en parapente. Además, muy cerca tienes el parque natural del Xurés (y el Parque Nacional de Peneda-Gerês en Portugal), lugares realmente interesantes y que justifican sobradamente la visita, ya te guste el senderismo, el arte o la historia, con joyas como el campamento romano de Porto Quintela. Pero de todo ello te hablaré otro día porque merecen, y mucho, un capítulo aparte.

 

¿Has visitado este lugar? Me encantaría conocer tus impresiones, comentarios y sugerencias.

 

Viaje al interior. 80 días en furgo por la España olvidada

 

 

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